miércoles, 17 de abril de 2013

Y asi empezo todo...



Capa preparandose antes de sobre en Napoles

Siempre me gusto la historia, sobre todo la de guerras, y de pequeño, leyendo sobre la II guerra mundial, vi “La Foto”. Fue ver esa foto (la de abajo de este parrafo) y desde ese momento me dije, “quiero ser como él” y así empezó todo un periplo que todavía estoy intentando conseguir, ser fotógrafo.
Hombres saltando de la barcaza
 
Y la fotografía, si nos ponemos puristas (como hacen algunos aficionados y profesionales hoy en día), no es buena, le fallan muchas cosas, y la que más destaca es que está bastante borrosa y si ya miramos las demás imágenes que se conservan de esta serie, ni digamos ya… Pero eso fue un fallo del técnico de laboratorio de Londres, aunque en algunas, como el propio Capa reconocería, era del temblor de sus manos. Pero lo que hacen de especial estas fotografías es el momento y que son únicas. Son las fotos que tomo durante la primera oleada del desembarco de Normandía, en la que se metió en una barcaza como un soldado más y salto con ellos en la playa “Omaha (la más sangrienta de aquel desembarco)”, corriendo el mismo peligro que aquellos hombres que luchaban. He aquí su relato de aquel día:

Antes de llegar a la playa

“Los de la primera oleada subimos a trompicones a nuestras lanchas y (como en un ascensor lento) descendimos hasta el mar. El mar estaba picado y nos mojamos antes de que nuestra lancha se alejara del buque nodriza. Ya estaba claro que el general Eisenhower no lideraría a su gente hasta el otro lado del canal con los pies secos, ni con ninguna otra parte seca.
En un abrir y cerrar de ojos, los hombres empezaron a vomitar. Pero esta era una invasión cortés minuciosamente preparada, y nos habían dado bolsitas de papel para ese propósito. Pronto, los vómitos llegaron a un nuevo mínimo. Tenía la impresión de que esto se convertiría en el padre y la madre de todos los días D.

La costa de Normandía estaba aún a varias millas cuando las primeras detonaciones inconfundibles llegaron a nuestros atentos oídos. Nos ocultamos en el agua mezclada con vómito del fondo de la lancha y dejamos de observar la costa que se acercaba. La primera lancha vacía, que ya había descargado a sus soldados en la playa, se cruzó con nosotros en su camino de vuelta hacia el Chase, y el timonel negro nos sonrió alegremente e hizo el signo de la victoria. Ya había suficiente luz para hacer las primeras fotos y saqué mi primera cámara Contax de su funda impermeable de hule. La quilla plana de nuestra lancha tocó tierra francesa. El timonel bajó la proa de la lancha, recubierta de acero, y allí, entre las grotescas formas de los obstáculos de acero que sobresalían del agua, había una delgada franja de terreno cubierta de humo: nuestra Europa, la playa Easy red.
Mi bella Francia tenía un aspecto sórdido y poco acogedor, y una ametralladora alemana que escupía balas alrededor de la lancha aguó completamente mi regreso. Los hombres de mi lancha avanzaban con dificultad con el agua hasta la cintura, con los fusiles listos para disparar, ante el fondo de los obstáculos contra el desembarco y la playa humeante. Al fotógrafo le bastaba. Me detuve por un momento en la rampa para sacar mi primera auténtica fotografía de la invasión.
El timonel, que tenía una prisa comprensible por salir a toda velocidad de ahí, confundió mi actitud al tomar la fotografía con una indecisión explicable y me ayudó a decidirme con una certera patada en el trasero.
El agua estaba fría, y la playa aún estaba a más de cien metros. Las balas hacían agujeros en el agua a mi lado, y me dirigí al obstáculo de acero más cercano. Un soldado llegó allí al mismo tiempo, y por unos momentos compartimos su protección. Quitó el protector impermeable de su fusil y empezó a disparar, sin apuntar demasiado, a la playa oculta por el humo. El sonido de su fusil le dio el valor suficiente para avanzar y me dejó el obstáculo para mí. Ahora tenía algo más de espacio, y me sentí lo suficientemente seguro como para sacar fotografías de los otros muchachos que se ocultaban igual que yo.


Obstáculos anti desembarco sirviendo de refugio contra las balas
Aún era muy pronto y todo estaba demasiado gris para sacar buenas fotografías, pero el agua gris y el cielo gris hicieron muy eficaces a los hombrecillos que se refugiaban bajo los diseños surrealistas del grupo de cerebros anti desembarco de Hitler.
Saqué todas mis fotos y sentía el frío del mar en mis pantalones. De mala gana, traté de alejarme de mi poste de acero, pero las balas me hacían volver cada vez que lo intentaba. Delante de mí, a unos cincuenta metros, uno de nuestros tanques anfibios medio carbonizado sobresalía del agua y me ofrecía mi siguiente refugio. Evalué la situación. La elegante gabardina que me pesaba en el brazo no tenía demasiado futuro. La solté y corrí hacia el tanque. Lo alcancé avanzando entre cadáveres flotantes, me paré a sacar algunas fotos más e hice acopio de valor para la última carrera hasta la playa.

Ahora los alemanes tocaban todos sus instrumentos, y no podía encontrar un hueco entre los proyectiles de artillería y las balas que bloqueaban los últimos veinticinco metros hasta la playa. Estaba detrás del tanque, repitiendo una frase de mi época de la guerra civil española: “Es una cosa muy seria. Es una cosa muy seria”.

La marea estaba subiendo, y el agua ya llegaba a la carta de despedida de mi familia que llevaba en el bolsillo del pecho [una carta que como muchos otros Capa había escrito pocas horas antes y que nunca llegó a enviar]. Detrás de la protección humana de los últimos dos soldados llegué a la playa. Me tiré al suelo y mis labios tocaron tierra francesa. No tenía ganas de besarla.
A los alemanes aún les quedaba muchísima munición, y deseé fervientemente poder estar bajo tierra en ese momento y sobre ella más tarde. Las probabilidades de que fuera al revés se estaban haciendo cada vez mayores. Giré la cabeza a un lado y me encontré de bruces con el teniente de nuestra partida de póquer de la noche anterior. Me preguntó si sabía lo que él estaba viendo. Le dije que no, y que no pensaba que pudiera ver mucho más allá de mi cara. “Le diré lo que estoy viendo”, susurró. “Veo a un hombre en la entrada de mi casa, agitando mi póliza de seguro”.

Este soldado sobrevivio a la carniceria, murio en 1992 a los 80 años. en la foto tenia 32

Saint-Laurent-sur-Mer debió de haber sido en algún tiempo un lugar de vacaciones gris y barato para maestros de escuela franceses. Pero el 6 de junio de 1944 era la playa más horrible del mundo. Agotados por el agua y el miedo, permanecimos cuerpo a tierra en una pequeña franja de arena mojada entre el mar y las alambradas. La inclinación de la playa nos proporcionaba algo de protección de las balas de ametralladora y de fusil, siempre que permaneciéramos pegados al suelo, pero la marea nos empujaba contra las alambradas, desde donde disparaban como si se acabara de abrir la veda. Me arrastré pegado al suelo hasta mi amigo Larry, el capellán irlandés del regimiento, que blasfemaba mejor que cualquier aficionado. Me gruñó: “iMaldito medio francés! Si no te gustaba el sitio, ¿por qué demonios has vuelto?”. Tras haber recibido ese consuelo religioso, saqué mi segunda cámara Contax y empecé a sacar fotografías sin levantar la cabeza.

Desde el aire, Easy Red debía parecer una lata de sardinas abierta. Como sacaba las fotografías desde el ángulo de la sardina, el primer plano de mis imágenes estaba lleno de botas mojadas y rostros verdosos. Por encima de las botas y las caras, las fotografías estaban llenas de humo de granadas. El fondo eran tanques quemados y lanchas que se hundían. Larry tenía un cigarrillo seco. Yo busqué mi petaca de plata en el bolsillo lateral y se la ofrecí a Larry. Inclinó la cabeza hacia un lado y echó un trago por el extremo de la boca. Antes de devolver la botella se la dio a mi otro amigo, el sanitario judío, que imitó la técnica de Larry con gran éxito. El extremo de la boca también fue suficientemente bueno para mí.

La siguiente granada de mortero cayó entre las alambradas y el mar, y todos los trozos de metralla encontraron a un hombre. El sacerdote irlandés y el sanitario judío fueron los primeros en ponerse de pie en la playa Easy Red. Yo hice la fotografía. La siguiente granada cayó aún más cerca. No me atrevía a quitar el ojo del visor de mi Contax y sacaba frenéticamente una foto detrás de otra. Medio minuto más tarde, mi cámara se atascó: se había acabado el carrete. Busqué un nuevo carrete en la bolsa, y mis manos mojadas y temblorosas lo estropearon antes de que pudiera meterlo en la cámara.

Hice una pequeña pausa... y entonces me sentí muy mal. La cámara vacía temblaba en mis manos. Una nueva clase de miedo agitaba mi cuerpo de pies a cabeza y contraía mi rostro. Desenganché mi pala y traté de cavar un hoyo. La pala tocó roca debajo de la arena y la lancé lejos. Los hombres a mi alrededor yacían inmóviles. Sólo los muertos que estaban al lado de la playa se balanceaban con las olas. Una lancha desafiaba al fuego: sanitarios con cruces rojas pintadas en sus cascos comenzaron a salir de ella. No lo pensé y no lo decidí: sólo me levanté y salí corriendo hacia la lancha. Entré en el mar entre dos cadáveres y el agua me llegaba al cuello. La resaca me golpeaba el cuerpo y cada ola me abofeteaba la cara bajo el casco. Llevaba las cámaras en alto, por encima de la cabeza, y de pronto me di cuenta de que estaba huyendo. Traté de dar la vuelta, pero era incapaz de enfrentarme a la playa, y me dije a mí mismo: “Sólo voy a secarme las manos en esa lancha”.

Llegué a la lancha. Los últimos sanitarios estaban saliendo. Yo trepé a bordo. Al llegar a la cubierta sentí un impacto y de pronto me vi totalmente cubierto de plumas. Pensé: “¿Qué es esto? ¿Alguien está matando gallinas?”. Entonces vi que habían destruido la superestructura de un disparo, y que las plumas eran del forro de las chaquetas de miraguano de los hombres que habían saltado por los aires. El patrón estaba llorando. Los restos de su ayudante habían caído sobre él y estaba hecho un asco.

Nuestra lancha empezaba a escorar y nos alejamos lentamente de la playa para intentar alcanzar el buque nodriza antes de hundirnos. Bajé a la sala de máquinas, me sequé las manos y metí carretes nuevos en las dos cámaras. Volví a cubierta a tiempo para sacar una última fotografía de la playa cubierta de humo. Después hice algunas fotografías de la tripulación efectuando transfusiones en la cubierta superior. Una lancha de desembarco atracó a nuestro lado y nos sacó del barco que se iba a pique. Luego trasladaron a los heridos graves en medio de una mar gruesa. Aquello no era tarea fácil. Dejé de sacar fotos. Estaba ocupado levantando camillas. La lancha nos llevó al USS Chase, el mismo barco que había abandonado hacía sólo seis horas. En el Chase estaban arriando la última oleada del 16º de Infantería, pero la cubierta estaba otra vez llena de soldados heridos que volvían y de cadáveres.
Esta era mi última oportunidad para regresar a la playa. No fui. Los rancheros que nos habían servido el café vestidos de chaqueta blanca y guante blanco a las tres de la madrugada ahora estaban cubiertos de sangre y se dedicaban a coser sacos blancos para los cadáveres. Los marineros izaban camillas de las lanchas atracadas a nuestro lado. Empecé a sacar fotos. Luego las cosas se complicaron...
Desperté en una litera. Mi cuerpo desnudo estaba cubierto con una manta áspera. En el cuello tenía un trozo de papel que decía: “Caso de agotamiento”. Él dijo: “Soy un cobarde”. Era el único superviviente de los 10 tanques anfibios que habían precedido a las primeras oleadas de infantería. Todos los tanques se habían hundido en la mar gruesa. Decía que tenía que haberse quedado en la playa. Yo le dije que yo también debería haberme quedado.
Los motores zumbaban; nuestro barco regresaba a Inglaterra. Por la noche, el hombre del tanque y yo nos dábamos golpes en el pecho insistiendo en que el otro no tenía nada que reprocharse, que el único cobarde era él mismo. Por la mañana atracábamos en Weymouth. Un montón de periodistas hambrientos a los que no se les había permitido apuntarse a la invasión nos esperaban en el puerto para recoger las primeras impresiones personales de los hombres que habían llegado a la playa y habían vuelto. Me enteré de que el otro fotógrafo corresponsal de guerra enviado a la playa de Omaha había vuelto dos horas antes y de que en ningún momento había dejado su barco, nunca puso el pie en la playa. Ya estaba de camino a Londres con su estupenda exclusiva.”
Un relato que da a pensar en el horror de la guerra…
Capa tenía en su posesión 72 fotos (de las dos Contax y la Rolleiflex) de lo que serían las únicas fotos del desembarco de Normandía en la propia playa, al lado de los soldados, unas fotos únicas. Pero como dije antes, por presiones de los de arriba (cosa que todavía sigue pasando en la prensa hoy en día aunque sea digital) el técnico de laboratorio, aplico demasiado calor al secado de los negativos, jodiendo la gran mayoría de las fotos. Solo 11 se “salvaron”.
Y por este gran fotógrafo, lleno de valor (o locura) se metió en primera línea de todas las guerras (murió pisando una mina) dejando para la posteridad el horror y sufrimiento de estas luchas, la gran mayoría sinsentido, decidí dedicarme a esta noble profesión, el de contar historias.
Tatuaje (sin terminar) de la foto que me marco y la gran maxima de Capa "si la foto no es buena, es que no estas lo suficientemente cerca"
 

miércoles, 3 de abril de 2013

Cuando fuimos campo de pruebas


La famosa "muerte de un miliciano" de Capa, hoy en dia puesta en duda su veracidad
 La guerra civil española, esa guerra fratricida que por desgracia, más de 70 años después, todavía dura. Mientras nuestros abuelos y abuelas se mataban entre ellos, los demás países del mundo, utilizaban este país como campo de pruebas de nuevas técnicas de combate (como el caso de Rusia, la Alemania nazi y la Italia fascista) y nuevas formas de suministro en combate (el caso de EEUU), que se pusieron en marcha con éxito en la II guerra mundial, que empezó como quien dice nada más acabar la nuestra.
Foto de un mitin, posiblemente de Chim. Este fotograma contiene mucha fuerza
 Pero no solo fue un campo de pruebas de material bélico y tácticas de combate, sino de una nueva forma de contar al mundo lo que está pasando mediante la fotografía, lo que no interesa en este blog. Antes, la fotografía “de guerra” se hacía o antes o después de la batalla, ya que las cámaras y sobre todo el soporte era grande, pesado y complicado de revelar. El fotógrafo tenía que montar el laboratorio en una tienda portátil o llevarlo consigo en una carreta (en la II guerra mundial los fotógrafos militares hacía lo propio, pero en un camión, ya que seguían utilizando las “graflex” de 10x12 cm). Pero toda cambio cuando apareció las primeras leica, pequeñas, manejables y con una tira de película cual podrías hacer muchas fotos sin necesidad de recargar por cada foto o por cada 12 (existían también las de 6x6). Con este nuevo sistema, la guerra pasó a contarse “in situ”. Y la guerra civil española, fue la primera de los conflictos bélicos en fotografiarse desde el mismísimo frente. Y todo ello gracias a tres fotógrafos, Robert Capa, Chim y Gerda Taro. Estos fotografiaron el bando republicano dado sus ideales políticos y ya que la prensa internacional, dado el ascenso del nacional socialismo y el fascismo, estaban también en contra de ello. Seguro que en el otro bando había fotógrafos, pero ya se sabe lo que pasa con estas cosas, se pierden. Encontraron hace poco más de 2000 negativos de un fotógrafo italiano fascista, que vino a cubrir también la guerra civil, en la basura. Da igual de que bando sea, pero es nuestra historia, y no deberían acabar ahí…

Foto realizada por Gerda Taro durante el traslado de un caido
Pero a lo que vamos, estos tres intrépidos fotógrafos tomaron imágenes de la guerra como nunca antes se había visto, desde el mismo frente. Y nos dejaron grandes fotografías para el recuerdo. Pero claro, este tipo de fotografía tiene su peligro, y ambos tres lo comprobarían en fatal desenlace. Gerda Taro murió aquí en España al ser atropellada por un tanque en plena retirada. Capa murió en Vietnam durante la primera guerra indochina al pisar una mina mientras acompañaba al ejército francés en 1954 y Chim murió ametrallado por los egipcios durante la crisis de Suez dos años después. He de decir, que Capa y Chim fueron dos de los miembros fundadores de la prestigiosa agencia MAGNUM.

Gerda Taro con soldado durante una escaramuza. Fotografia realizada por Capa, aqui vemos el peligro que corrian.
En 2008, se recuperó una maleta, en México, con miles de fotografías nunca antes vistas. Todo un hallazgo que sumado a lo que teníamos, hace un legado grandísimo para el futuro.
Hay un documetal llamado "la maleta mexicana" el cual recomiendo ver, muy bueno.

lunes, 1 de abril de 2013

Hoy no estoy de humor (III)



Cambia nikon por una canon, y es la foto que define mi mochila en algunos "paseos afotograficos". Y para que más... La esencia de la fotografia es poder disfrutar de ella, y muchas veces precisdir de tanto equipo y tanta gaita. Un tripode, la camara, un cable disparador, unos filtros, un paisaje maravilloso en lo alto de una montaña y unas cervezas. No necesitas más.