sábado, 29 de diciembre de 2012

“Andar de día, que la nouche ye mía”

Siempre hay historias. Historias para no dormir o historias para que te fueras a dormir. A mi güela solo le bastaban decir dos frases para que dejáramos de hacer el cafre (en el pueblo siempre se asalvajaba uno, bueno, y cada vez que voy, también lo sigo haciendo) depende donde estaríamos haciéndolo (el cafre se entiende) en ese momento. Si era dentro de casa decía “subid a la cama pitando” mientras su mano hacia el amago de coger la vara de avellano que estaba encima de la mesa por si nos negábamos hacerlo o la tomáramos por el pito de un sereno (que era la costumbre). Y si estábamos fuera, decía “vamos para dentro a ver si os vais a topar conla Huostica (es como se conoce en el concejo de Cabrales a la Güestia, y a esta última, fuera de Asturias, se la conoce por la Santa Compaña, una procesión de almas en pena)”. Era con esta última con la que subíamos a toda pastilla (más si cabe que con la amenaza de la vara de avellano) a dormir. Porque hay historias, que no se saben si son ciertas o no, pero con algunas (y en concreto esta) es mejor no comprobar si son ciertas…




Mi pueblo digamos que no disfruta de un alumbrado público decente, es muy oscuro, muy dado para hacer de nuestras gamberradas. Una noche, yendo hacia casa, vimos a lo lejos unas luces que lentamente se nos aceraban hacia nosotros. Ya habíamos oído las historias que contaban el folklore, los paisanos y nuestra abuela, y claro, de críos somos unos completos ignorantes, y aparte de ser felices, somos unos inconscientes del carajo, vamos, que no vemos el peligro, y allá que fuimos, directos aquellas luces, por curiosidad científica (es un decir lo de “científica”). Cuando la distancia se fue acortando, la luz de las antorchas dejaba entrever a sus portadores. Iban encapuchados y envueltos en sudarios blancos como la nieve, con un caminar lento, un caminar agotado. Fue cuando a pocos metros de nosotros vimos que las antorchas no eran tales, sino que eran huesos envueltos en su parte superior en llamas cuya luz a esa distancia nos dejó ver el interior de la capucha del sudario. Y fue la visión del interior la que nos indujo a pegar un salto hacia atrás y dejar paso libre a aquella procesión, fue la visión del rostro del portador la que nos dejó helados y sin poder articular palabra, ni siquiera un grito de terror. Era una calavera todavía con la piel pegada y reseca sobre ella, todavía conservaba sus ojos, que nos miraba pero no nos veía, vacíos, apagados…




Según pasaban esas almas en pena, giraban sus cabezas hacia donde estábamos paralizados por el miedo, mostrando el interior de las capuchas con la tenue luz del fuego de sus cirios de hueso. Unos solo eran solo huesos, otro en cambio parecían recién entrados en la Huostica. Queríamos apartar la mirada y cerrar los ojos, contando los segundos que parecían eternos para que aquella maléfica procesión pasara de largo y se acabara todo, pero de repente, unos brazos se extendieron y agarrándonos una voz ronca salió de aquel sudario y nos dijo “divos lo más rápido que podáis a casa, que vamos faer que nun vos vimos… nun miréis escontra tras y procurái nun volver atopar vos con nós otra nueche, esta vegada llibráis porque yo soi'l vuesu güelu”. Y sin más, nos soltó y siguió su camino. Como es normal, nosotros le hicimos caso y fuimos lo más rápido a casa, corrimos hacia la habitación y vestidos y todo nos metimos en la misma cama con las sabanas y mantas hasta la cabeza… Y es a día de hoy, que cada vez que vamos por el pueblo por la noche y vemos unas luces a lo lejos, corremos hacia el lado contrario, o nos escondemos detrás de un muro (o lo que sea) cercano. Y todavía seguimos llevando cada vez que salimos de noche una tiza en el bolsillo. Pero solo son eso, Historias…



(Fotos realizadas por el autor del blog. Todos los derechos reservados)

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