martes, 12 de febrero de 2013

A 24 (o 30) fotografias por segundo (II)


Hoy, película de Stanley Kubrick, para más especificación, la de Barry Lyndon. Un sonoro fracaso de taquilla (curiosamente hoy película de culto) pero con cuatros “oscar” de siete nominaciones, casi la ruina de la productora y una revolución en el arte de la fotografía en cine. No voy a entrar en las teorías conspiratorias que rodean la vida y muerte de Stanley (ya sabéis, el tema del falso alunizaje y tal).


 
Barry Lyndon es una película que se basa en la novela homónima de William William Makepeace Thackeray allá en el año 1844. Y digo que se basa, por que poco se parece a ella. Trata de la vida de un aventurero Irlandés, de su ascenso y caída en la alta sociedad británica. Vamos, tan rápido como viene, rápido se va.
 
 

Vamos al meollo de la cosa que la ecuación es básica: Stanley Kubrick más John Alcott (director de fotografía y gran colaborador de Kubrick) igual a obra maestra. Y lo digo porque en esta película, tiraron la casa por la ventana. Literalmente. Se presupuestó por dos millones y medio de dólares y al final la factura salió por once millones, casi ná. Kubrick quería escenarios reales, así que se fueron a Irlanda a rodar puesto que allí es donde mejor se conservan las mansiones del S. XVIII, luego el vestuario, sumamos también la manía perfeccionista de Kubrick de repetir hasta 25 veces cada toma, parón navideño y que se tuvieron que ir pitando de Irlanda por amenazas del IRA (no sentó nada bien que desfilaran por campos irlandeses un pelotón de “casacas rojas” ), alquiler y reproducción de tapices y cuadros de la época, y el mas de un año que costo la fase de preparación de esta película, pues como que se retrasó un poquito todo… Y por de lo que voy hablar e interesa, la fotografía. Kubrick dijo que no le gustaban las películas de época porque la luz las hacia irreales, así que para esta, solo luz natural y de la época, es decir, el sol y velas de cera de abeja. Ahí está el reto, ¿Cómo hacerlo? Pues bien, pidiendo favores a la NASA (de ahí la teoría de conspiración) que por aquella época, en pleno programa Apollo, encargo a Carl Zeiss la fabricación de 10 objetivos para poca luz. Ahí nació el Zeiss 50mm f/0.7 de los cuales, 6 para la NASA, 1 para la empresa y los tres restantes para Kubrick.
 
 

Ya tenía el tema del objetivo solucionado, pero surgieron más, evidentemente. Tuvieron que modificar una cámara para poder acoplar dicha óptica y aparte le pusieron un sistema a la misma para poder hacer “zoom” con ella al ser el objetivo de focal fija. Vamos toda una obra de ingeniería cinematográfica. Luego la magia de John Alcott en el revelado, tratamiento y tonelaje del metraje hicieron posible este hito del cine: la primera película de la historia rodada íntegramente con luz natural.
 
 

Lo malo de rodar (y fotografiar) con ópticas de tanta apertura es que, valga la redundancia, que a máxima apertura, la profundidad de campo es muy reducida, y como el actor se mueva un poquito más de lo debido, se sale de foco, por eso en las escenas de “a luz de velas” los actores y extras parecen que les han clavo en el sitio y su movimiento es limitado. Cosa que a Kubrick no le importaba, puesto que quería darle un toque al film de “cuadro”, cosa que consigue gracias también al añadirle zoom, que parece todo “más plano”.
 
 

En fin, una obra maestra que debe estar en el estante de películas de cualquier aficionado a la fotografía. Una belleza sin igual…

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